En el mundo, el principal factor de polarización es la distribución desigual de la riqueza. En un extremo, una gran cantidad de la población no tiene acceso al más simple bienestar. Alimentación balanceada, condiciones sanitarias básicas (agua para consumo humano y recolección de desechos).
Mientras las tecnologías, el flujo de información y el conocimiento avanzan vertiginosamente, en paralelo. El acceso a tecnologías como antes lo fue la televisión y ahora es el dispositivo telefónico de alta gama, no disminuye la brecha.
En cambio, el conocimiento y el manejo de información son esenciales para superar la pobreza extrema. Más allá del espejismo de tener algunos recursos. De allí que la educación juega un papel de enorme relevancia para reconfigurar la actual realidad. Por eso debe reunir dos cualidades: ser gratuita (la única forma de ser universal) y de la mejor calidad.
Unicamente superando ese obstáculo la humanidad podrá aproximarse al desarrollo sostenible.
La educación gratuita y de calidad implica también disponer de esos recursos que el intelecto humano ha dado a luz. Que en la era digital pueden estar disponibles en todos los formatos digitales. Las obras del pensamiento en distintas áreas del saber como las ciencias y literatura, las del ingenio artístico. Es decir, todas las creaciones que contribuyan a formar el carácter y el sentido crítico y estético. Esos sobre los que se han edificado las sociedades más interesantes.
Entonces, es no sólo necesario contar con una infraestructura escolar adecuada. Donde los procesos de enseñanza-aprendizaje propicien el acercamiento a las creaciones universales, regionales nacionales y locales. Sino también a bibliotecas, museos y espacios para el deporte y la recreación. Porque todo proceso de formación implica una inmersión formal en lo educativo pero también desde un aspecto más informal.
En las escuelas no empieza ni termina la educación. Esos edificios y la fuerza humana que vibra en ellos no son más que una pieza en el entramado educativo. Despertar el interés de niñas, niños y adolescentes hacia el conocimiento es una tarea de todo el conjunto social. Una labor de enjambre de articulación e interconexión.
De nuestros antepasados lo único a lo que no podemos rescatar es lo de vivir en pequeñas aldeas. Pero la globalidad tiene que ser más humana. Sobre todo en la construcción de ese elemento esencial que es cada ser humano. Sólo así aspiramos al más sano desarrollo infantil.
No es posible fallar en este deber elemental si toda la sociedad demanda su cumplimiento.
La educación y la convivencia social no afecta sólo a madres, padres, representantes y docentes. Todas las personas son afectadas por el nivel de la educación pública que se imparte en los países. Porque la convivencia, por muy clasista que sea una sociedad, termina conectando directa o indirectamente a todos. En el trabajo, el supermercado, en la panadería, en el centro comercial, en la calle, detrás del volante, en el transporte público. También se manifiesta en las decisiones tomadas en los procesos electorales.
Las relaciones humanas están marcadas por la calidad de la educación que recibe la mayoría de la población. Despertar a esa conciencia es un imperativo para superarar la mayor polarización. Mejorar la educación será más fácil en la medida en que sean más las organizaciones, empresas e individuos involucrados. Con diferentes niveles de responsabilidad y acción, pero asumiendo el reto de influir conscientemente. Para ello es necesario abandonar la pasividad en un asunto que evidentemente es competencia de toda la población.
Sumarse al accionar colectivo para mejorar la educación es la única forma de garantizar que la sociedad mañana será más amigable que la de hoy.